El cambio climático es real, presente y global. La emergencia climática no es un peligro abstracto. No es cuestión de mala suerte, ni un evento aislado en el tiempo, ni un problema que pueda relacionarse o limitarse a países lejanos o generaciones futuras. Recientemente, se ha materializado, dolorosamente evidente con el paso de esta DANA en Valencia, la más destructiva y mortífera de los últimos años en nuestro país.
Cuando la desgracia toca de cerca, es difícil darle la espalda. La acumulación de cerca de 600 litros por metro cuadrado en una hora en algunas de las regiones más afectadas removió y trastornó la vida de muchos de sus habitantes. Vamos a ejemplificarlo: si llovieron 600 l/m² en una hora en un área de 1 km², esto significaría que en una hora cayeron 600,000,000 litros en un km². ¡Esta cifra equivale a llenar 240 piscinas olímpicas!
Ahora, veamos cómo sucedió todo esto. Más allá de la escandalosa falta de gestión, acentuada en parte porque el territorio afectado no está preparado para catástrofes de este tipo (debido a un problema de desorden urbanístico que arrastramos desde los años 60 y que permite construir en zonas inundables), ¿qué se esconde detrás de una tormenta de esta magnitud? Los expertos coinciden en que es una desgracia que lleva el sello del cambio climático: los fenómenos meteorológicos extremos como esta DANA serán cada vez más frecuentes e intensos.
Pero vayamos por partes: ¿qué es una DANA?
La DANA no es un fenómeno meteorológico extraño. De hecho, en la península ibérica y en las costas del Mediterráneo es conocida como “gota fría”. Asociamos el concepto de “gota fría” cuando hay una precipitación más o menos abundante, por lo que los expertos intentan referirse a este tipo de evento de lluvias torrenciales con las siglas de su nombre técnico real: Depresión Aislada en Niveles Altos. Aun así, la idea de “gota fría” es visualmente útil para entender qué es y cómo se forma, valga la redundancia, una gota fría (o, ahora más propiamente dicho, una DANA).
Una DANA es el desprendimiento completo de una masa o gota de aire que cae del jet polar, uno de los cuatro corrientes en jet de la Tierra (jet stream, en inglés). Estos corrientes en chorro son canales de vientos fuertes e intensos que circulan en un eje horizontal paralelo al ecuador, a unos 9-16 kilómetros sobre la superficie. Pueden superar los 250 km/h y suelen ser muy alargados, de miles de kilómetros, pero relativamente estrechos. Se pueden entender como ríos o autopistas de aire que, por la fuerza que tienen, son capaces de transportar borrascas como si fueran vehículos dentro del tráfico general. Por eso, normalmente, cuando el jet polar desciende de latitud, suele ser sinónimo de borrascas y precipitaciones en la Península.
La importancia de la temperatura
Los corrientes en chorro se forman por la diferencia de temperatura entre los trópicos y los polos: a mayor diferencia de temperatura, es decir, mayor gradiente térmico, más intensos serán los corrientes en chorro. Sin embargo, si el gradiente térmico disminuye, los corrientes pierden intensidad y tienden a ondularse, hasta el punto de que, si se ondulan lo suficiente, pueden acabar rompiéndose y perdiendo una masa de aire en forma de gota: una DANA que queda aislada de la circulación general (el jet polar) en niveles altos (es decir, a bastante altitud).
En nuestro país, esto es más común en verano, cuando la diferencia de temperatura entre latitudes es menor y es más fácil que el jet polar se ondule y se rompa. Si esto ocurre, es sencillo que se forme una DANA sobre el Mediterráneo. Y es aquí donde entra en juego el segundo elemento clave en la formación de las lluvias intensas que suelen acompañar a las DANA: la temperatura superficial (elevada) del Mediterráneo. El tándem formado por la DANA, fría por su origen polar, y el Mediterráneo, cálido tras el verano, genera un contraste de temperaturas que es el caldo de cultivo perfecto para una atmósfera inestable propensa a la precipitación. La razón es pura física: la masa de aire cálido y húmedo de la superficie marítima asciende rápidamente por convección a las capas superiores de la atmósfera, donde el vapor de agua se condensa y se satura fácilmente al entrar en contacto con la gota fría y, por lo tanto, precipita de forma intensa.
¿Qué papel juega en todo esto el cambio climático?
Este juego frío-caliente entre la DANA y el Mediterráneo ha existido siempre, pero ha pasado a otro nivel con el aumento de temperatura global causado por el cambio climático. La afectación es múltiple:
- El Polo Norte se ha calentado casi cuatro veces más rápido que el resto del planeta, afectando directamente la circulación general de aire del planeta. A mayor temperatura en los polos, menor gradiente térmico entre los polos y los trópicos, menos intensos serán los corrientes en chorro y mayor tendencia tendrán a ondularse y romperse formando fenómenos como la DANA.
- Cuanto mayor sea la temperatura del aire, mayor capacidad tiene la atmósfera para acumular humedad y, por tanto, mayores serán las precipitaciones que se puedan formar.
- El Mediterráneo se está calentando cada vez más y más rápido, aportando más humedad y energía, que brindan las condiciones idóneas para la formación de lluvias torrenciales.
En resumen, más DANAs y un Mediterráneo más cálido. Todos estos factores no hacen más que extremar las condiciones en que se forma una DANA y facilitar que las precipitaciones que pueda causar sean torrenciales, rápidas y extremadamente violentas. La regla de tres es clara: el calentamiento global está haciendo que fenómenos meteorológicos habituales como la DANA sean más frecuentes e intensos. Y ya no se trata de previsiones, sino de realidades.
En este contexto, la educación ambiental se vuelve esencial para enfrentar las consecuencias del cambio climático y, específicamente, para entender y gestionar los riesgos asociados a fenómenos meteorológicos extremos como la DANA. Educar en el cambio y concienciar sobre la vulnerabilidad del planeta y el impacto de la acción humana sobre él es esencial para construir un pensamiento crítico y un futuro mejor, incentivando la responsabilidad individual y colectiva.
Con el programa de educación ambiental Compartimos un Futuro preparamos y concienciamos a las futuras generaciones, fomentando una cultura de respeto y cuidado del medio ambiente. Una adecuada gestión ambiental es imprescindible para proteger a las comunidades y su entorno, y requiere de una implicación constante de toda la sociedad.